El pequeño Pérez |
Hace una semana nació el bebé de unos amigos. Después de las felicitaciones, las preguntas interminables sobre su proceso de ser padres, ideas sobre la paternidad, la educación y hasta saber qué nombre le pondrían al bebé, surgió el tan esperado e interesante –aunque controvertido- tema de la circuncisión.
La madre, una mujer de 37 años nacida en Montreal, criada en Sudáfrica y mitad judía, es actriz de teatro. Vive con su pareja (porque no están casados): un mexicano de 43 años radicando en Toronto desde hace 10, cineasta y –cabe decirlo- circunciso.
Todos nos imaginamos que el pequeño Pérez, que aún no tiene nombre a su semana de nacido, sería circuncidado en algún momento después de su nacimiento. Pues no. Ni la madre ni el padre quieren hacerlo, de hecho, están totalmente en contra de dicho procedimiento. Muchos se preguntaron por qué, en particular el hermano del padre, un hombre de 47 años, también circunciso. La discusión en torno a este tema resultó acalorada: de un lado estaban los padres defendiendo su postura anti-mutilación y por otro lado, el hermano del padre defendiendo aquello que se le había impuesto al nacer. Escuché por horas y días los argumentos de ambos bandos y no lograba decidirme a adoptar alguna de las dos posturas.
Según yo, ¿qué sería mejor para el pequeño Pérez: circuncidarlo o no?
Me sorprendió y me pareció extraño que la madre (descendiente de Abraham) no respetara las condiciones impuestas por Dios para mantener su alianza con el pueblo judío[1] y que el padre, supuestamente orgulloso de la guapura e higiene de su pene circuncidado, reprobaran de tal forma la circuncisión. Que porque es una agresión al cuerpo, una mutilación, o porque es una imposición y no una decisión personal o porque uno quiere lo mejor para sus hijos, no herirlos y lastimarlos de esa forma… También me sorprendieron los datos médicos proporcionados por el hermano del padre que decía que la circuncisión disminuía el riesgo de contraer infecciones bacterianas en las vías urinarias, de contraer el virus del papiloma humano e incluso del VIH. Eso sí, ambos hermanos estaban de acuerdo con que sus respectivos penes eran más agradables a la vista por estar circuncidados.
¿Y entonces? Yo, al menos, seguía en las mismas.
Sin embargo, después de leer el texto sobre el estudio del cuerpo de Le Breton[2], entendí la importancia que tiene el cuerpo en nuestra sociedad actual. Efectivamente el cuerpo es un producto cultural y lo vemos ilustrado a la perfección con este ejemplo de la circuncisión del pequeño Pérez. En realidad no se trata de si está bien o no circuncidarlo, sino de entender por qué sería o no circuncidado.
En el caso de los familiares de la madre, la circuncisión tiene que ver con la identidad de la persona y su pertenencia a un pueblo: se trata de una “forma de manifestar lo colectivo”[3], de simbolizar la pertenencia un grupo: el judío. Por otra parte, aunque en México la circuncisión es una práctica muy rara (menos del 2% de la población masculina), el padre fue circuncidado. En este caso, esta práctica tuvo que ver con una moda y para resaltar los valores de la limpieza, la higiene, la salud y la prevención de enfermedades infecciosas.
Ahora bien, a fin de cuentas, el pequeño Pérez conserva un bonito prepucio con el que probablemente vivirá por siempre porque sus padres lo decidieron así, y lo decidieron así porque ellos ahora pertenecen a otro círculo social que no es ni el judío ni el mexicano. Los padres son artistas que viven en Toronto y pertenecen a una generación de personas conscientes de su entorno que decidieron que estaban a favor de los derechos humanos, de los derechos de los animales, de la equidad de género y que además, son vegetarianos. Y si no han de circuncidar a su bebé es tan sólo porque quieren seguir perteneciendo a ese grupo social.
Paulette.
[1] “A los ocho días de nacido todo varón será circuncidado en el curso de vuestras generaciones, tanto el nacido en casa como el comprado por dinero a cualquier extranjero que no sea de tu linaje,” (Biblia: Génesis 17)
[2] David Le Breton: ideas para una antropología y sociología del cuerpo, Fernando Martínez Vázquez, 2012
[3] Idem p.258
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